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Cajones con inyecciones de adrenalina, ventolines, una nevera para mantener las bolsas de hielo y la insulina sin abrir y zumos listos para consumir por los pequeños pacientes diabéticos… El trabajo de una enfermera en un colegio es ilimitado. Así es, desde luego, el día a día de una profesional en el CEIP Gerardo Diego de Leganés, donde a diario se atienden varios casos: desde una niña con una diabetes a la que se le mide la glucosa de forma constante con un sensor,
hasta un niño con una alergia severa a los frutos secos que necesita que le pinchen adrenalina porque si no, podría morir. Eso, sin contar con los alumnos que presentan síntomas compatibles con Covid.
, demostrando que es una pieza clave dentro y fuera de los colegios, pero la realidad que se vive en los centros abarca muchísimas más enfermedades igual o más importantes que ya se daban antes en la población infantil de patologías prevalentes como son el asma, alergias, los controles de las crisis hiper o hipoglucémicas, la epilepsia o las enfermedades raras. De hecho, uno de cada cuatro niños sufre alguna patología, según datos publicados en ‘Enfermedades crónicas en Población pediátrica: comorbilidades’ y la USO de Servicios en Atención Primaria.
En todos estos casos, la figura de la enfermera escolar, señalan desde la Plataforma de Organizaciones de Pacientes (POP), permite «acompañar al menor en momentos agudos de la enfermedad, sea esta cual sea, así como administrar el medicamento que tenga pautado, si lo requieren,
a través de profesionales capacitados. De esta manera, los padres no tiene que acuidr al centro escolar, como pasa en muchos casos de niños diabéticos». Tratar cualquier urgencia y la correcta gestión de las patologías crónicas o crisis inesperadas tampoco debería ser, remarcan desde
Schoolnurses, la primera empresa social europea en este sector, «responsabilidad del profesorado en ningún caso». «No se puede otorgar esta función a personas que no están formadas, ni capacitadas, o depender de la buena voluntad de las personas para intervenir», corroboran desde el sindicato de enfermería SATSE.
Otros beneficios
El hecho es que una enfermera escolar, explican estos expertos, además de hacer un papel determinante en prevenir, detectar precozmente o impedir un mal triaje ante un problema aparentemente nimio, suponen un refuerzo extremadamente valioso para la educación en hábitos saludables con talleres y acciones que van desde enseñar primeros auxilios a concienciar sobre enfermedades raras, riesgos o prevención de accidentes, etc.. De hecho, insisten desde SATSE, «esa es la intervención a la hora de transmitir hábitos saludables (frente a hábitos tóxicos como consumo de tabaco, alcohol, mala alimentación… ). La prevención es importantísima».
En definitiva, concluyen, «supondría muchos más beneficios y ahorros que costes, y son una figura clave para cuidar alumnos, profesores, padres,
promover hábitos saludables, concienciar, educar en salud y procurar que se cumplan las condiciones necesarias para un correcto desarrollo y educación de calidad». La realidad es que, a pesar de que tanto padres como organismos e instituciones reclaman esta pieza esencial para preservar la seguridad de los alumnos en caso de una emergencia como la actual –o simplemente para administrar de forma rápida y segura un tratamiento o protocolo específico–, actualmente la mayoría de los colegios no cuentan con este tipo de profesional, o si la incorporan es solo para hacer frente temporalmente a casos muy concretos, sobre todo en los centros públicos, y no como un pilar más de los proyectos educativos con visión a largo plazo.
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